Reflexiones en la bañera (LXXII: rosas, burbujas y realidad)

Tengo algunas novedades de maquillaje que reseñar, pero he decidido tomarme el lunes con filosofía..., y marcarme otras reflexiones en la bañera.

Más Platón y menos Prozac... O más poesía y menos consumismo, se podría decir. Calma, una calma que tiñe el agua de un precioso tono rosa cuarzo.

El milagro, la maravilla se consigue gracias a la bomba de baño Rosas de Flor de mayo, que es la mitad de barata que las de Lush y en mi caso fue un regalo de cumpleaños de Alicia, hermana de mi mejor amiga y amiga mía también.

Al principio pensé que no teñiría las aguas, para acabar hundiéndome en una profundidad rosa pulida y calmada.

Esta bomba de sal no huele a rosas pochas cuando se disuelve, tampoco a rosas frescas, sino más bien a jabón inglés de rosas, ¡una delicia!

Y sumergida en semejante tranquilidad rosada me dio por pensar en lo que es real y lo que no, ¡si es que cuando hablo de filosofía es por una razón contundente!

Pues he vuelto a leer la revista Telva, que me encantaba cuando era jovencita, y ya entonces alguien me dijo con furia mal disimulada que era revista propia de señoras pijas de 50...

Y ahora que tengo 44 y que lo de ser pija viene anunciado desde el título del blog, me digo: 

¿Qué hay de malo en ello? Las señoras pijas, de mi década o diez años mayores que yo, son un público. Y un público real. Tan real como las universitarias que no tienen un duro.

Y pueden ser pijas por familia pero tener hipoteca, marido en paro y tres hijos estudiando carrera, ojo.Que la vida es muy larga.

Y aquí es donde llega la reflexión. 

Crecí con los oídos martilleados por la idea de que mi colegio, y luego la universidad de Navarra, eran una burbuja. 

Me salvaba haber estudiado entremedio, durante los cinco años de mi carrera, en una universidad pública, menos mal. Que la Universidad de Sevilla, siendo pública, pudiera ser otra forma de burbuja no parece habérsele ocurrido a nadie.

Recuerdo que cuando gané el accésit del Premio de Poesía Adonais un (no tan)  sibilino anónimo me acusó diciendo que gran parte del jurado me conocía.

Pensó que lo iba yo a negar o algo, y para nada: se llama "vida literaria", y me enorgullece mucho más que haber ganado cualquier premio.

A día de hoy los que fueron mis modelos y maestros son más o menos amigos míos: me regalan sus libros, me mandan sus poemas ¡pidiéndome opinión!, y presentan mis nuevas obras, ¡eso es el auténtico privilegio!

Pero parece más puro, más real, que si te otorgan un premio seas un pequeño desconocido en una aldea, que no te conozca nadie antes y seas algo así como un descubrimiento para el sistema cultural.

¿Por qué un casi analfabeto que de repente saca un libro fulgurante es más real y valioso que un artesano de la palabra que lleva años publicando en Pre-Textos y Renacimiento? 

¿Por qué el campus de la Universidad de Navarra con sus arces japoneses en flor va a ser menos real que cualquier bajofondo de película neorrealista? 

Y, sobre todo..., ¿qué terrible pecado social han cometido las señoras pijas de 50?