Colorete Gina de Nars: toda una vida de color melocotón

París. Champs Elysées. Febrero del año 2008.

Tras doctorarme viajé con mis padres a la ciudad más bonita del mundo, con permiso de Roma: nos alojamos en el Colegio de España, visitamos decenas de museos, y fuimos a los almacenes Sephora. Stila, Shu Uemura, ¡Nars!

Yo conocía la firma gracias al famoso Foro Vogue, y una vez me acerqué a la prohibitiva tienda Ekseption de Madrid, en la calle Velázquez, para vislumbrar lo que se me antojaba como la encarnación del lujo, pero fue en París cuando pude explayarme en la contemplación y adquirir mi primer colorete de Nars.

Eran rubores profesionales, en un atractivo envase negro engomado que luego resultó híper manchadizo, y en tonalidades arrebatadoras.

Aún no existía el Luster, que conseguí a finales de ese año ya en un rincón del Corte Inglés en Madrid, y no me apetecía el ubicuo Orgasm, que no tuve hasta adquirirlo una década después en una paleta y luego en ediciones especiales.

Entonces me decanté por... 

Gina, un rubor melocotón pero muy natural, muy  discreto, mate y apto para pieles claras:

Durante un tiempo me arrepentí de no haber arriesgado más..., pero ahora pienso que es el color preciso para estrenarse con la marca: 

Porque su duración es muy buena y en cambio su pigmentación media, y nunca te pasarás con él: brinda un halo campestre al rostro, sin pizca de brillo, que en el año 2008 no se estilaba tanto el efecto luciérnaga.

Acompañado de iluminador Rosé de Becca 

Pero colorea la mejilla con ilusión, da calor y viveza a la expresión, y por treinta y tres euros, que en París fueron veintinueve, inunda durante todo el día  los pómulos de un halo saludable y… ¡melocotón!